
“El libro es mucho mejor que la película” es la eterna afirmación que podemos escuchar cualquiera de nosotros cuando un libro llega a la gran pantalla. Últimamente somo testigos de esta práctica cada vez más común, especialmente en los casos de best sellers.
A las puertas del estreno de la segunda entrega de la trilogía Millenium, de Stieg Larsson, resulta interesante analizar a grandes rasgos la adaptación de la primera: “Millenium I: Los hombres que no amaban a las mujeres”.
En ocasiones afirmar que una película ha sido una buena adaptación se trata de blasfemia. Sin embargo, no es el caso de “Millenium I”.
Independientemente de si se ha leído el libro antes o después del film, uno de los puntos fuertes de la adaptación es el acierto de casting. Actores desconocidos para la mayoría de nosotros, se muestran con sus virtudes y sus defectos, sin caer en la típica perfección a la que Hollywood nos tiene acostumbrados, lo cual se agradece y va en favor de la credibilidad de los personajes. Su caracterización es más que acertada -el personaje de Lisbeth Salander es la estrella y principal responsable del éxito de la película, así como la ambientación de las situaciones -algunas crudas, duras, explícitas, y la trama. Si bien es cierto que se omiten algunos detalles e historias paralelas a la historia central del libro, no hay que olvidar que se trata de una “adaptación”, y como tal se permite ciertas licencias que pueden o no coincidir con el original, eliminando lo superfluo de la novela, centrándose en lo más importante para comprender la historia y la psicología de los personajes, e incluyendo escenas como un avance de lo que vendrá en la próxima entrega.
Es un error hacer competir literatura y cine, son dos obras de arte con lenguajes y códigos distintos, y hay que nutrirse de ambos para disfrutarlos al máximo en cada una de sus formas.