Candyman ofrece una secuela coherente de la película de 1992, totalmente respetuosa con su referente y llevando y amplificando el concepto original para llevarlo a un terreno aún más atractivo, pero también incómodo. Nia DaCosta dirige con solvencia una cinta que no busca complacer a nadie, y que puede dar donde más duele a más de un espectador.

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