Comencé a verla porque extrañaba Downton Abbey y ya no podía esperar a la siguiente temporada de Bridgerton, pero Antena 3 me arruinó la noche de relax.
Ver series como La cocinera de Castamar es lo que en otras latitudes llamarían un “placer culposo”. Esta frase, traducida del inglés, significa que nos gusta algo que no debería gustarnos ya sea porque nos hace mal a la salud, o porque se supone que se trata de un género menor.
Me dispuse entonces a ver esta nueva serie con helado y pocas ganas de pensar en nada, pero no me dejaron. La historia es muy escuchada, y no por ello menos efectiva. Duque queda viudo y triste, llega una nueva cocinera con historia trágica, Duque se enamora a través de los sabores de los platos, pero mil vicisitudes impiden que estén juntos.
El imperdonable desliz de La cocinera de Castamar
Hasta ese feliz momento mi cerebro podía descansar en paz, pero resulta que en alguno de los primeros episodios una escena me hizo hervir la sangre de furia. Allí el personaje que personifica María Hervás (Amelia Castro en la serie) duerme plácidamente cuando un hombre desnudo se introduce en su cama y, a pesar de que la doncella dice claramente “No” varias veces, el hombre se introduce en su vagina. Más tarde el personaje de la ultrajada le confiesa a otra mujer que el hombre en cuestión le hizo “cosas horribles”, pero que “le gustaron”.

Años de feminismo para explicarle a los hombres que NO, significa NO, para que en el 2021 tengamos que ver en una serie cómo se romantiza una violación. Me parece que es lisa y llanamente inaceptable. Ser violada no es un placer culposo, porque la violación es un crimen que te lleva a la cárcel y que le arruina la vida a una mujer. Un placer culposo se acepta diciendo claramente SÍ y aquí la mujer dijo NO.
Si logran pasar por alto esa grave falta, el resto de la serie puede verse sin escupir el helado con estupor.
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