Julia Ducournau presenta su segundo trabajo con Titane, la gran ganadora del último Festival de Cannes. Un relato potente en su interior pero perdido en sus propias metáforas
Titane es, además de la flamante vencedora del último Festival de Cannes, la gran prueba de fuego de Julia DuCournau. Esa prueba a la que se enfrenta cualquier cineasta que cuando presenta su segundo largo. Porque con aquel jugosísimo retrato de la voracidad adolescente que supuso su debut, Crudo (Raw), la directora francesa dejó el listón altísimo.
Vaya por delante que Titane sí demuestra dos cosas irreprochables. Por un lado, que Ducournau es una directora visceral, una feroz y virtuosa depredadora con la cámara. Técnicamente, no hay nada que reprocharle. Y por otro lado, que su visión del universo femenino y su relación con lo masculino parecen ser el centro de toda su metáfora. Ayuda el excelente trabajo de su protagonista, Agathe Rousselle, y de su compañero de reparto, un Vincent Lindon que es todo presencia y músculo.

Sin embargo, Ducournau no logra el mismo equilibrio entre forma y fondo que sí consiguiera con su anterior trabajo. Titane comienza echando una nada disimulada ojeada al universo de David Cronenberg, en lo que supone la parte más interesante de todo el producto. Igualmente desconcertante, pero dando pie al debate y el análisis.
Identidad de género y masculinidad tóxica
El problema de Titane llega con el giro, con ese cruce de identidades que llevará a su protagonista a un viaje a ninguna parte. Formalmente deslumbrante, pero torpe en contenido y continente. Ducournau se muestra más cómoda y segura con los mensajes subliminales -bastante torpes y reiterativos- que quiere dejar impresos en la memoria del espectador que con el camino para hacerlo. Por ahí desfilan metáforas más que obvias sobre la masculinidad tóxica, la identidad de género y los traumas infantiles como motores grasientos y rugientes de nuestro yo adulto. Acaba perdiéndose dentro de su propia lógica narrativa para contar otra cosa, bastante menos acertada e interesante.
Eso no quiere decir que Titane no tenga momentos de absoluto ingenio. Un ejemplo es toda esa transformación exterior e interior de su personaje protagonista, que remite al espectador a esa parte inicial que es una pena que olvide a la media hora, para recuperarla por suerte en sus minutos finales. Ahí es cuando el filme vuelve a elevarse de nuevo. Incluso tiene momentos incómodos, deliberadamente buscados por la directora para asestar un golpe al espectador por su crudeza visual.
Pero nada de eso compensa este viaje sin rumbo que prometía confirmar el talento de una realizadora singular. Sabemos que puede dar más de sí si concilia el discurso con algo tan básico como la coherencia argumental de su relato. Una lástima, porque en el interior del vientre metálico de Titane ruge una criatura que lucha por salir y que esperemos que su creadora deje ver la luz en el futuro.

En resumen
Titane ofrece una experiencia que demuestra que la mano de Julia Ducournau tras la cámara es fuerte a nivel visual, pero se muestra más cómoda con sus metáforas y mensajes subliminales que con llevar la trama a buen puerto. Excelentes interpretaciones y dirección, pero le cuesta encontrar el rumbo argumental frente sus propias aspiraciones de trascender.
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