El singular director presenta su nuevo trabajo, La crónica francesa, un fresco excelentemente servido a nivel visual, pero que aglutina lo que más fascina e irrita de él
Cuando eres Wes Anderson, tu mayor virtud puede convertirse en tu mayor defecto. Anderson es Anderson, y su particular universo puede correr el riesgo de fagocitarse a sí mismo y a su creador, de trascender su propia obra y ser visto como una bendición, pero también como algo repetitivo. Como una marca, para entendernos, que o bien te fascine o bien te harte. La crónica francesa deja patente más que nunca esa dicotomía, la misma a la que ya se enfrentaron sin éxito cineastas como Tim Burton.
Salvando las distancias, obviamente, que nada tiene que ver Burton con Anderson. Dejando de lado la caída hacia lo comercial del primero, que ése es otro tema de debate aparte, sí que comparten una mente creativa que en el caso del director de Batman o Eduardo Manostijeras acabó provocando que la forma primase sobre el contenido, y que se aplaudiera o repudiase cada nuevo trabajo de Burton en función de si se repetía o mantenía una lógica estilística coherente.
100% Wes Anderson

La crónica francesa es uno de los trabajos más particulares de Anderson, más herméticos y encerrados dentro de sí mismo. Es un homenaje al periodismo y a los magazines, donde Anderson incluso juega con su propio cine arriesgando con formas narrativas y planos no tan explotados en su cine. Desde la animación hasta el documental, del formato mudo y en blanco y negro a los colores y las viñetas de Hergé o Martin.
La crónica francesa es pura forma, y ahí radica su principal problema para el público que acuda a las salas de manera masiva movido por el nombre del director de El gran Hotel Budapest, mucho más accesible esta para el gran público. Lo que se van a encontrar es puro Anderson mirándose a sí mismo al espejo. Aquí o te quedas en su cine o te apeas en la siguiente parada.
La irregularidad de sus historias
Pero, sobre todo, es un delicioso y deslumbrante fresco, muy bien presentado y envuelto, compuesto por tres historias que no tienen el mismo interés ni dinamismo. Su lujoso envoltorio no consigue tapar la irregularidad de sus subtramas, que hablan de la libertad periodística, del artista como producto que vender, o de ese sector juvenil perdido en sus propios ideales.

De todos los segmentos que componen La crónica francesa, destaca especialmente el protagonizado por Benicio del Toro, toda una oda al arte y sus recovecos. Y el que baja algo el listón es el de Timothée Chalamet, que sí destaca por su estructura teatral. Pero lo demás sigue siendo una muestra de lo peor y lo mejor de Anderson. De lo que hará que te quedes y te fascines o que pierdas el interés y reniegues del cineasta. La banda sonora de Alexandre Desplat, eso sí, una maravilla.
En resumen
La crónica francesa recoge lo peor y lo mejor de Wes Anderson. Es el director mirándose a sí mismo al espejo y vertiendo todas sus manías en una sola película. O te subes o te bajas de este tren. Una delicatessen visual, eso sí, que no logra del todo ocultar la irregularidad de las historias que la componen.

80