Llega por fin a los cines el Dune de Villeneuve, una mastodóntica y abrumadora adaptación de la obra de Frank Herbert, convertida en un blockbuster de autor y fiel al original. Toda una proeza de película
Dune no es una novela fácil de adaptar al cine. Su traslación en imágenes parece estar condenada al fracaso, como si una maldición pesase sobre ella. Que se lo digan a Jodorowsky y, cómo no, a David Lynch, cuyo intento en 1984 queda como una de las cintas más caóticas, incomprensibles, incoherentes y tullidas de toda su filmografía. Pero en el mal sentido, no en el sentido del creador de obras maestras como Mullholland Drive o El hombre elefante. Su versión de la obra de Frank Herbert era un monstruo imposible de seguir, fastuoso en el apartado técnico pero confuso y falto de ritmo en su historia y sus intenciones.
Porque insistimos, Dune no es fácil de llevar al celuloide. Posee un universo tan vasto y rico en mitología y detalles que es abrumador intentar condensar todo ese material en un blockbuster de una duración asequible. Y aunque pareciera a priori que el Dune de Villeneuve iba a acabar sepultado bajo el mismo manto arenoso que anteriores intentos, pandemia de por medio, ha acabado llegándonos y podemos considerarla un triunfo en muchos sentidos.

En primer lugar, porque aquí Villeneuve es consciente del universo que intenta adaptar. Deja aire a sus personajes y a la historia, se apoya en el original de Frank Herbert para rendirle pleitesía y ser lo más fiel posible. Y, muy importante, no dejar que el exceso de información sea abrumador. En otras palabras, que todo lo que en ella ocurre se pueda entender, dejándolo masticado en algunos casos para ser más hermético en otros, apelando a la inteligencia del espectador. Algo que ya Herbert hacía en el original.
Un blockbuster de autor
Y lo segundo, porque pese a su extrema fidelidad, Villeneuve no pierde de vista que está ante una empresa mastodóntica. Dune es un filme consciente de su propia condición de blockbuster, pero no por ello el cineasta canadiense renuncia a su autoría. Es una película libre de ataduras, con la que imprime su sello personal sin vilipendiar el material original, con un ritmo pausado pero no tan grandilocuente y ensimismado como en Blade Runner 2049.
Lo que le queda es un nuevo concepto de blockbuster, el suyo propio. Un entretenimiento de autor que invita a sumergirse en un mundo alucinante, donde cada aspecto de la fotografía, el vestuario, los decorados y el sonido son rincones a descubrir, sitios en los que quedarse a vivir. Un viaje alucinante y abrumador artísticamente guiado al son de la evocadora y ondulante música de Hans Zimmer, con un reparto en el que sobresale especialmente la gran Rebecca Ferguson.

Dune es cine con mayúsculas, una proeza inabarcable que sale de las páginas de un libro aún más inabarcable, donde colonialismo y tradicionalismo se dan la mano en una masa uniforme y coherente de especia melange. Villeneuve no arriesga, sigue el original a rajatabla y sale airoso de esta pantagruélica aventura por las dunas de ese Arrakis al que sin duda querremos volver en el futuro. Esperemos se haga realidad.
En resumen
Dune supone la adaptación más perfecta que se ha hecho hasta la fecha de la obra de Frank Herbert. Una cinta mastodóntica, consciente de su propia importancia y condición de blockbuster, en la que Villeneuve consigue imprimir ritmo y vida a un material a priori inabarcable. Técnicamente deslumbrante y apasionante.

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